LLUVIA

Después de una noche rara y desencajada en la que estuve solitariamente rodeado de docenas de personas, tomé un taxi camino a casa diciéndole adiós al día que se marchaba por la ventana derecha y hola al que asomaba por la ventana izquierda.

No recuerdo el trámite verbal que hubo con el chófer hasta llegar al punto que se quedó grabado en mi corteza cerebral.

  • Me llegué a cortar las venas ¿sabes? – Dijo el tipo.

Aún no teniendo la cara más amistosa ni la palabra más agradable, la gente siempre se me acerca y me cuenta cosas, cosas por las que no pregunto.

  • No tenía un motivo para vivir, nada valía la pena. Tenía depresión, no veía salida ni sentido a la vida, así que terminé cortándome las venas. – Continuó
  • Parece que no lo hiciste del todo bien. – Bromeé como siempre para quitarle hierro al asunto.

Siempre sobra hierro en todos los asuntos.

  • ¡Jaja! ¡Esa es buena! El caso es que conseguí salir… Apareció la que ahora es mi chica, y me enamoré. Nunca lo había hecho, y ahora soy feliz. Ella es lo único por lo que vivo. Todo lo hago por ella.

En un principio pensé en lo lamentable que era que alguien no se quisiese a sí mismo, pero al instante pensé en que aquella persona no tenía culpa alguna de eso. Entonces pensé en lo de siempre, en lo malo sociedad, en la educación que recibimos y bla bla bla… El caso es que terminé por sentirme identificado de alguna forma.

  • Lo que te ocurre, es que eres un guerrero. Y un guerrero necesita luchar y morir por alguien. ¿Qué soldado lucha por su propia causa…? Uno siempre es más fuerte cuando lucha por los demás, cuando defiende causas que no son las que nacen del ombligo de uno. Y eso te ocurre a ti, has sido un guerrero sin bandera que prefirió morir a vivir sin alguien por quién luchar, pero ya ves, ese no era tu destino.

El taxista aunque no dejó de hablar desde que me monté en el coche, mientras yo decía  esas palabras, asentaba con la cabeza mientras no apartaba su mirada de la carretera. Siguió asintiendo incluso cuando se hizo el silencio, como si se estuviese reafirmando a sí mismo.
Miré entonces de nuevo por la ventana mientras veía los edificios pasar y me di cuenta que había empezado a llover.

Se paró entonces el coche anunciado la llegada a casa y el taxista se giró y me miró a través del cristal de sus gafas:

  • Gracias – Dijo
  • A ti, hombre. – Dije utilizando mi entrenada sonrisa forzada.

Al salir del taxi algo que no quiero escribir se derramó de mi ojos por algo que no quiero recordar que recordé.

Pero no… Era solo la lluvia.

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